15 de agosto de 2011. Uno de los avances significativos que hemos alcanzado como sociedad es que el ámbito de la educación interese cada vez a más personas. Involucrarse en el debate educativo no sólo hace evidente una actitud social distinta respecto a la historia de nuestro sistema educativo, sino que propone una cultura política diferente, más acorde con la vida democrática que el momento reclama. Mientras los mexicanos continuáramos percibiendo a la educación como responsabilidad exclusiva del gobierno, bloqueábamos la posibilidad de exigir mejoras en la misma, además de frenar nuestra capacidad de participación ciudadana en su proceso y desarrollo.

Lo anterior es un factor importantísimo para delimitar las insuficiencias de nuestro modelo educativo. Ciudadanos mejor educados y con mayor información pueden proveer la fuerza y perspectivas necesarias para generar cambios pertinentes con nuestra sociedad. Cuando se afirma que el Sistema Educativo Nacional es incapaz de hacernos escalar a otro nivel no se trata de descalificarlo per se —sus logros lo defienden plenamente—, sino de ubicarlo en su justa dimensión, a efecto de reconocer cuáles son sus deficiencias para así corregirlas en la dirección correcta y con la velocidad pertinente. Basta para fundamentar esta afirmación el hecho de que a los maestros —quienes por un largo tiempo funcionaron eficazmente cumpliendo las metas de cobertura decididas— ya no les es posible cumplir cabalmente con los objetivos que se les requiere, dado que la docencia que ahora se exige es radicalmente distinta. Esto sucede porque ha cambiado el modelo educativo: el núcleo ha dejado de ser la enseñanza y ahora se ha centrado en el aprendizaje.
El sistema educativo era bien servido si el maestro enseñaba correctamente y el aprendizaje se consideraba como la consecuencia natural de ese proceso.
Actualmente, al situar como objetivo primordial el aprendizaje, cambia radicalmente la perspectiva funcional del docente. Ahora, el foco de atención es el alumno; entonces, pedagógicamente, el maestro dejará de tener el papel central para convertirse en un acompañante más del proceso educativo, aceptando con ello compartir ese rol con los diversos instrumentos que hoy en día participan en la construcción del conocimiento.
Sin embargo, los cambios serán marginales en tanto el sistema educativo no acepte transformar esa cultura educativa e innovar radicalmente el modelo de formación docente, incluyendo la formación inicial, la formación continua, la gestión, los métodos de evaluación, así como el reconocimiento salarial y social del maestro. Si el objetivo es una transformación profunda y eficaz, todo ello debe formar parte de una misma política pública debidamente concatenada.
Por otro lado, algo muy parecido sucede con el financiamiento público de la educación. Si bien en los años 20 del siglo pasado constituyó un enorme avance destinar el 25% del presupuesto nacional a la educación, lo cual se reflejó en la construcción de un piso social mucho más equitativo al previo; en la actualidad, cabe resaltar, dicha porción presupuestal ya no representa lo mismo. En principio, porque en lugar de aumentar ese 25% inicial, lo hemos ido disminuyendo y en este momento apenas rebasa el 20%. Adicionalmente, el monto proporcional decrece consistentemente, entre otras causas, debido a que el presupuesto se nutre de unas finanzas públicas que se hacen más pequeñas año con año, marchando por el endémico atraso que tiene el país en materia fiscal, en sentido contrario al incremento demográfico y los rezagos sociales.
Un tercer elemento que debe reformarse para obtener un modelo educativo competitivo radica en el macrocomponente del sistema educativo mal llamado federalismo educativo. Recordemos que en primera instancia fue impulsado por el gobierno como una reforma estructural, pero que con el paso de muy pocos años ha resultado inútil porque no cambió ni mejoró; al contrario, empeoró el modo como participan los gobiernos estatales en su necesaria corresponsabilidad educativa. Es evidente que para solventar éstos, entre muchos otros problemas, el sistema educativo carece de los instrumentos pertinentes. Por lo mismo, no podemos aspirar a que se logren los cambios a través de la tradicional vía reformista, menos aún cuando el presente reclamo social por una educación de calidad crece consistentemente. Entonces, tenemos que proponernos todo un nuevo andamiaje de políticas públicas capaces no de administrar mejor, sino de transformar la política educativa nacional. Por supuesto que ello nos obliga a pensar en acciones diametralmente distintas a las intentadas hasta ahora.
Por lo tanto, es fundamental que convirtamos el evidente interés ciudadano por la educación nacional en el mejor aliado para alcanzar diagnósticos eficaces de nuestros problemas educativos. Sólo así podremos revertir la inercia de los dogmas pertenecientes a otra época y que hoy ya no tienen vigencia. *Presidenta nacional del SNTE